jueves, 2 de marzo de 2017

La gran metáfora de la montaña

 

Dicen que cada paso que damos en esta vida nos enseña algo.

Que cada caída es un recuerdo de que nos podemos volver a levantar.

Que cada montaña que tenemos delante es sólo un reto que superar.

Que una vez conquistada la cima, hay que buscar una más alta.

¿Pero qué pasa cuando lo difícil no es subir, sino bajar? Amigo. Ahí reside mi problema.

Que no sé bajar, que me da miedo caerme de culo o romperme la cabeza contra una piedra, que tengo que mirar perfectamente dónde piso no vaya a ser que se me vaya el pie y termine embarrada. Lo de caerme por el borde del sendero y terminar enredada en ramas y hojas tampoco es que me haga especial ilusión. Pero vamos, que el problema de todo esto no está en los músculos de las piernas, en los tacos de los tenis o en la velocidad de bajada. Está en la cabeza.

Hablamos de metáforas, ¿no? Pues hablemos también de miedos psicológicos que sirven de freno mucho más que ese miedo a los resbalones.

Por experiencia, sólo me lo he pasado bien corriendo en montaña cuando he ido sendero abajo sin saber ni dónde pisaba, viendo pasar únicamente un borrón de árboles. Y pensarán, "¿entonces, dónde está el problema?". Pues, que para poder llegar a ese punto de inconsciencia de lo que te rodea y de adrenalina sin freno, necesito un trabajo de psicología no sólo profundo, sino también continuo. 

Pongamos esta bajada emborronada como una metáfora de la vida: sólo consigues disfrutarla cuando te dejas llevar, sin preocuparte más que de aprovechar cada segundo del camino. Cuando bajas a todo gas por un sendero embarrado y resbaladizo, lo mejor es no pensárselo mucho; sólo bajar mirando apenas dónde cae el pie, o sin mirar. Al fin y al cabo, si vas pensándote cada paso no sólo irás más lento, sino con más riesgo de resbalar al tener el pie quieto mucho más tiempo. Si sólo "posas" la suela sobre el camino, besándolo casi, sin dar tiempo a que se resbale, terminarás bajando mejor (aunque te lleves alguna que otra caída de culo).

Pero pensemos en algo: ¿qué pasa si te caes? Aparte de que te embarres un poco y te duela en el momento, claro. ¿Que se rompa la ropa? Bah, en las tiendas hay más. ¿Que te arañes con alguna rama? Eso se cura con Betadine, o con lo que sea que se cure un arañazo. ¿Que te rompas algo? Bueno, el problema en este caso es que estés solo o lejos de la ayuda, o que no puedas seguir por ti mismo. Aparte de las consecuencias del reposo y la vuelta a empezar. Al fin y al cabo, tarde o temprano, sanará.

En resumen, ¿qué pasa si te caes? Que te levantas.

¿No es peor, acaso, el miedo? El miedo a resbalar, el miedo a caer, el miedo a no ver por dónde vamos. A ver, de una cosa puedo estar segura: ir con miedo es mucho peor que darse en el culo. Y mucho más lento, también, porque así sólo consigues frenarte.

Sinceramente, soy la primera que lo dice y la última que lo cumple. ¿Tienes miedo? Pues hazlo de todas formas. Pero no lo hago. ¿Por qué? Pues vete tú a saber. Inseguridad, probablemente. Pero no por cuestión de músculos, de calzado o de preparación. Por cuestión de psicología. De miedos que están más allá del no tener técnica, o de saberla pero no aplicarla.

¿Quieres hacer algo? Ve a por ello. ¿Quieres conseguir algo? Ve a por ello. Trabájatelo. La distancia entre querer y poder se acorta con entrenamiento. Y con entrenamiento, me refiero no sólo a hacer series de 2000 metros midiendo el tiempo y los minutos por kilómetro. Con entrenamiento me refiero también a intentar dejar la mente en blanco cuando haces algo que quieres hacer, a pesar de que no sea lo tuyo, a pesar de que te cueste, a pesar de que no estés seguro de que vaya a salir bien.

La parte más importante de muchos entrenamientos, al menos en mi caso, está en la cabeza. Ya no sólo en el hecho de creer que puedes, y poder. Sino en hacerlo sin más sin pensarlo demasiado. Qué daría yo por ser a veces una inconsciente y llegar a casa llena de morados y arañazos en vez de miedos y remordimientos por no haber aprovechado el entrenamiento. Más vale a veces arañarse la piel que el corazón, como dicen. Pero yo qué sé, ojalá pudiera bajar sin mirar, quitarme esa barrera invisible que es el miedo y que se rompe cuando, simplemente, lo haces. Da igual el qué. 

Después de mucho me he dado cuenta de que la única forma de romper la barrera es esa: hacer lo que te da miedo. Ya sea en el deporte o en la vida; ya sea tirarte en paracaídas o saltar un cajón de 50 centímetros. Ya sea pedir un café en un bar que no has pisado nunca o irte de viaje a un país en el que no hablan tu idioma. Hazlo, joder, hazlo. Es la única forma de romper ese miedo que te frena. 


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