martes, 5 de diciembre de 2017

"Y si te da miedo, hazlo con miedo"


Es normal sentir miedo antes de la salida. Dudar mientras te colocas entre el montón de gente y ves al resto dando saltitos para calentar las piernas, o moviendo los brazos para preparar las brazadas. Pero, ¿puede llegar a paralizarte el miedo? ¿A decirte "de aquí no te mueves" (y conseguir que no te muevas)?

Esta vez lo cuento desde la primera persona, aunque no es la primera vez.

Hace poco más de un año me cogió por sorpresa el miedo más absurdo que había sentido nunca antes de una salida. Fue en la travesía de El Roque, en Garachico. La salida se daba desde el muelle nuevo, pasando cerca del mencionado roque, y entrando en el muelle viejo. Pues bien, esa tarde el mar no estaba demasiado "agradable" (como eufemismo), aunque no me preocupaba demasiado porque normalmente puedo aprovechar esa circunstancia. Mi cabeza en ese momento: "¿y si dejo esto? ¿Y si le digo a la gente de la organización que me saquen la mochila del guardarropa y me largo antes de salir?". Nunca sabré muy bien el porqué de ese miedo. Bueno, quizá tenía algo que ver el hecho de que si te metías en el agua, no podías volver a salir porque no había escalera por donde hacerlo. Luego, tampoco tenía traje, mientras que el 75-80% de participantes sí.

Normalmente, yo hago las cosas pensando "siempre puedes volver atrás", pero este no era el caso, por supuesto. Al final me metí al agua sabiendo que no podría volver a salir, así que de todas formas lo hice.

Poco tiempo después, me negué a hacer los 8 km de la Maratón de Santa Cruz. El motivo en este caso estaba claro, ya que no me sentí para nada preparada, porque me había saltado muchos entrenos. Si bien no llegué al extremo de negarme justo antes de la salida, sino unas semanas antes.

Pero el peor momento de "parálisis" fue justo antes de la 8KM de La Orotava este año. Llevaba algunos días dudando de todo: del recorrido, de mi preparación, de mi cabeza durante la carrera... Fui a buscar el dorsal el mismo día, había ido días antes a ver las calles del trazado... pero a la hora de la verdad, no fui capaz siquiera de calentar. No sé, quizá fue una combinación de varios ingredientes: miedo al recorrido, miedo a no ser capaz de llegar a meta, agobio, circunstancias personales que llevaban machacándome toda la semana... Recuerdo que media hora antes de la salida había una actividad de Zumba en la línea de salida. Me puse a mirarla y mientras, mi cabeza daba miles de vueltas. Me alejé de mi grupo porque no podía pensar con claridad, me quedé en silencio un momento y, cuando vinieron a buscarme para calentar... me negué. No pude, y simplemente me eché a llorar. Pánico escénico, bloqueo mental, paranoia transitoria... Yo qué sé. Lo único cierto es que no pude correr esa noche.

Y hace unos meses, estuvo a punto de pasarme otra vez. El Porís, travesía que nunca había hecho. Mar difícil hasta el punto de cambiar el recorrido de la prueba. Inseguridad absurda, más por la entrada al agua que por el mar en sí. Nervios, muchos nervios. Y el llegar sola a recoger el dorsal, algo que me pone más nerviosa aún. 

Anuncian por megafonía que se retrasará un poco la salida, que los chicos saldrán antes, que hay que dar dos vueltas al recorrido. Y yo que me pongo cada vez más nerviosa. Intento entrar al agua a calentar y me echo atrás. Las olas de la orilla me asustan y el frío del agua me paraliza literalmente. Pero veo al resto de la gente que entra como si nada, que da un par de brazadas y vuelve a la arena. 

Comienza la cuenta atrás para la primera salida y yo que quiero irme y me lo pienso. Me lo pienso una, dos, tres veces. "¿Y si me voy?". Pero por otro lado, en mi cabeza algo me dice: "No pienses, no pienses, no pienses". Y eso hago. Termino en primera línea pero, por precaución (y para que otras se coman las olas, seamos sinceros), paso a la segunda línea. Y entro, y me meto, y trago agua, y recibo algún que otro golpe. Y nado. Y alcanzo una boya, y otra, y otra más. Primera vuelta, segunda, y llego a meta. Hala, acabada. Que no era para tanto.

¿Moraleja? Hazlo, y si te da miedo, hazlo con miedo.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Los últimos


Sí, somos nosotros. Los que nos hacemos amigos del/la escoba. Los que vamos en el grupo perseguidor del grupo perseguidor del grupo perseguidor (y así en bucle). Los que llevamos a la moto o bici que cierra pegaíta al culo. Los que la gente mira con cara de pena. Los que llegamos matados pero que llegamos. Los que miramos con una mezcla de admiración y envidia al primero, que ha llegado con muchíiiiiiisimo tiempo de diferencia y que, cuando nosotros alcanzamos la meta, a ellos les ha dado tiempo de cambiarse, comer, ducharse, y hasta de sacar al perro. Los que sufrimos por cada persona que nos adelanta, porque sabemos que ese es un puesto perdido que no vamos a recuperar.

Pero que llegamos, aunque seamos últimos. Y eso significa que hemos pasado corriendo/nadando/dando rueda más tiempo que el primero. Así que también nos merecemos el aplauso.