viernes, 25 de noviembre de 2016

Algo entre el mar y yo

"Me duele la espalda". 

Así empezó todo. 

Tenía cosa de 18 años, más de 90 kilos encima y dolor de espalda. Y era incapaz de saber qué hacer. "Nada", me dijeron. Pero no nada de no hacer nada, sino de nadar. Me apunté a la piscina. Pero fui cuatro veces en medio año. Me daba pereza, me daba vergüenza, me cansaba. 

Pasaron los años y decidí moverme antes que morir de un infarto. A medida que me movía, iba sintiéndome mejor, iba conociendo a personas que me ayudaban y me daba cuenta de que debía haberlo hecho antes. 

Hasta que llegó otra vez la frase. "Me duele la espalda". Vamos a llamarlo escoliosis, que hay que llamar a las cosas por su nombre. Y volví a la piscina, esta vez en serio. Dos veces en semana me plantaba en una de las actividades dirigidas dedicadas a la natación, y me viene a la mente aquella primera clase a la que fui. 

"Haz una prueba, a ver cómo nadas", me dijo el monitor. Y nadé. "Soy muy lenta", dije. "¿Lenta? ¡Si saliste volando!". Qué sabía yo que ese iba a ser el principio de la aventura.

Cada semana iba aprendiendo, mejorando la técnica... e iba adelantando gente por las calles de la piscina. Era una bobería, por supuesto, porque solo estaba allí para mejorar mis problemas de espalda y hacer algo de ejercicio, hasta el momento en que caí en la cuenta de que si no iba ya me faltaba algo.

Vamos a saltarnos varios meses de clases, de técnica, de ejercicios aparentemente ridículos o complicados y lleguemos al primer reto: acuatlón BlancoBar, Puerto de la Cruz, 2014. Me planté allí sin haber nadado nunca más de cien metros en mar, sin saber ni de temperaturas ni de transiciones, sabiendo únicamente que estaba aterrada de ver tanto pro donde yo era apenas una novata. Ni el traje tenía, sino que iba en bañador y pantalón corto.


Corrí la primera parte, sí, y llegué luego al agua. Fría, muy fría. Me faltaba la respiración, el mar estaba malo, tenía el cuerpo ardiendo de venir corriendo y las gafas empañadas. Fallos de novata. Fallos que me arrastraron hasta el kayak de organización más cercano diciendo "es el primero que hago, necesito salir". 

Llegué a meta por la puerta de atrás, con los pies descalzos y sucios y una losa en la espalda. La que me decia "te has fallado; les has fallado". A mis compañeros, por supuesto. Estaba allí con ellos y sentí que los había decepcionado.

Llegó entonces el verano y con él, las ganas de desquitarme. Ay, mira, una travesía decente, de 1500m. Y allí que me apunté. Me obsesionaba desquitarme con la mala experiencia del acuatlón. Así que entrené mañana y tarde, pedí ayuda, me lo tomé como algo personal; algo entre el mar y yo

27 de septiembre de 2014, Puertito de Güímar. La suerte del principiante, la llaman. Recuerdo estar asustada. "Esta no es una buena travesía si eres principiante, está llena de corrientes", decían por allí. Venga, que me pusieran un poco más nerviosa, como si no lo hubiera estado ya lo suficiente. Fui sola, temiendo fallarme a mí misma una vez más y a aquellos que me apoyaban.

Recuerdo meterme en el agua y únicamente pensar en el miedo a que se me cayeran las gafas, a que me dieran una patada. Dieron la salida y me quedé atrás adrede, queriendo escapar del mogollón típico. Lo que yo no sabía es que iba a empezar a adelantar gente. Uno, dos, tres, cuatro, diez... y así hasta que no vi prácticamente a nadie delante de mí. Temí haberme perdido, pero vi la boya y el kayak de seguimiento. 

No supe cuánto tiempo llevaba nadando, pero miraba el fondo, intentaba concentrarme en la respiración, olvidando que había más personas por allí haciendo lo mismo que yo. Y así, completé el recorrido alrededor de las boyas. Enfilé la recta de meta y me di cuenta de que tenía al kayak que abre el grupo al lado. "Espera", pensé. Apreté en aquellos últimos metros, me dolía el brazo, pero oía la megafonía, la música, y seguí nadando hasta que puse un pie en la alfombra de meta.

"Creo que eres tercera", oí. "¿Qué?". Esperé más de dos horas por una clasificación que no salía, con el bañador húmedo aún puesto y nerviosa porque tenía miedo a que se hubieran equivocado. Pero no. Tercera. Primera travesía y era tercera de la general y primera de categoría.


¿Que cómo lo hice? Aún hoy sigo buscando respuestas. Eran pocos participantes, no estaban los súper pro, llevaba tiempo entrenando. La suerte del principiante, vuelvo a repetir.


Pasó casi un año y volví a las aguas, como quien dice. En realidad, sólo volví al mar, porque seguí nadando en piscina. La siguiente parada: Bajamar-La Punta 2015. No puedo explicar ahora travesía por travesía porque han caído muchas más que carreras, pero después de aquella llegó Alcalá, luego La Galera y luego, 2016.


2016 ha sido mi año acuático, sin duda. Empecé desde febrero a entrenar en serio, con gente que sabe lo que hace y saca lo mejor de ti, con aquellos que estuvieron desde el principio, con quienes te llevan a querer ser mejor. "So I called on my angels, they said: Oh, yes a little faith, don't doubt it, don't doubt it, victory is in your veins", como dice Katy Perry en Rise. Entrenar con ellos ha sido, y es, una suerte y una bendición. ¿Por qué? Porque he conseguido disfrutar cada minuto en el agua. No ha sido fácil, por supuesto. Las series de 500 metros a tope, las de 100 casi sin respirar, las de 1000 metros para calentar. Aletas, respiración, el "alarga más el brazo que no estás deslizando"... El "créetelo"

2016 dio comienzo en Bajamar por segunda vez. Salí decepcionada conmigo misma por no haberlo dado todo. Mantuve el mismo puesto 25 (femenino) del año anterior con mayor cantidad de participantes, y eso debería haberme bastado, pero no lo hizo. Luego vino El Roque en Garachico. Por poco no me meto en el agua. Me entró el pánico y aún hoy no estoy segura de por qué. De ahí me fui a Los Silos, y a pesar de toda el agua que tragué, de lo mal que fue la salida, de las ganas de vomitar justo antes de entrar a meta, me fui contenta. Era la primera como parte del Ozone Team y había quedado entre las diez primeras.


Qué sabía yo que siempre, pero siempre, siempre, eso es un aviso de que lo mejor está por llegar. 
15 de octubre, Puerto Deportivo La Galera. Mar en calma pero malas sensaciones previas. Había aprendido algo en los acuatlones que había hecho antes, y era que mares en calma son buenos para todo el mundo, pero los mares malos, sólo para los que saben aprovecharlos. Yo había sabido aprovecharlos en acuatlones, pero en una travesía donde todos son capaces de nadar y mejor que bien... 


Calenté, me asusté con lo mal que veía el panorama y me metí en el agua a esperar la salida. Qué sabía yo, qué sabía, que la misma persona que me dijo aquella vez en Güímar "creo que eres tercera", esta vez me daría suerte de nuevo.

Nadé. Nadé como nunca en mi vida he nadado. Dejé los entrenamientos por el camino. En cada brazada, en cada patada, sentía que las series estaban allí, conmigo, sin dejarme descansar y recordando cada vez que metía mal el brazo, que no deslizaba. Nadé por el entrenador que confía en mí, por aquellos que me pidieron fe en mí misma, por aquellos "ángeles" que decía la canción que sabían que la victoria estaba en mis venas.



Los últimos metros. Los últimos metros se hicieron eternos porque únicamente quería llegar, daba igual el puesto. Sólo quería poder beber agua dulce y comer algo, después de todo. Y llegué, y esta vez nadie me dijo "eres tercera". Solamente fui a beber agua y a esperar la clasificación para, al menos, llevarme un buen puesto para casa. Lo que no esperaba es que el puesto fuera el tercero.

Habían pasado dos años. Dos largos años de entrenos, de frustraciones, de miedos, de cansancio acumulado, de saber que podía dar más y no lo daba. De metros nadados a medio gas, de amaneceres de agua fría en Las Teresitas, de quedarme atrás porque me estaba muriendo de frío. De bañadores gastados, de comparaciones inevitables, de días sin ganas que se pagaban con malos tiempos. Habían pasado dos años. Y allí estaba aquella clasificación. Allí se resumía todo.


Ese podio me supo a gloria hueca. Hueca porque, una vez más, estaba sola. Conocía a más gente, claro, y los que me conocían me felicitaban, pero estaba sola. ¿Con quién celebras el mejor resultado de tu año? Mensajes de móvil, por supuesto. Lo único que me quedaba, y felicitaciones vía Facebook. Fotos de la clasificación, fotos del podio, fotos del trofeo. Pero nadie a quien abrazar. 

Y así llegamos a la conclusión de este largo post. ¿Cuál es? Que quiero seguir ganando. Que quiero seguir nadando, como dice Dory. Que quiero hacerlo por mi equipo, por mi entrenador, por mí misma. Que quiero volver a subirme a un podio y hacerlo sabiendo que me lo he ganado. Que quiero gastar bañadores, comprarme un neopreno para no pasar más frío en Las Teresitas al amanecer, llenar la estantería con premios dorados. Que quiero seguir sintiendo cómo me arden los brazos al llegar a meta, adelantar gente a medida que apreto; mirar el reloj y ver que voy a hacer un buen tiempo. Quiero ver que todo ha valido la pena, que lo que empezó por un dolor de espalda se ha convertido en lo mejor que sé hacer. Se ha convertido en una lucha conmigo misma; en una lucha entre el mar y yo.

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